domingo, 1 de abril de 2012

Número Preciado

Homenaje a Léider Calimenio Preciado. El segundo goleador histórico de Santa Fe trabaja ahora con las divisiones menores en ese club.

Por Juan Diego Ramírez Carvajal
El Espectador


Tras su retiro, hay una propuesta en redes sociales para que su camiseta, la 23, sea retirada para rendirle tributo. Perfil de este tumaqueño de 35 años.


Al barrio Humberto Manzi de Tumaco —más conocido como El Voladero— no llegaba agua potable y los sábados los niños debían llenar el tanque para que sus madres lavaran la ropa sucia. Pero Léider Calimenio Preciado se escapaba por el patio de su casa, a las siete de la mañana, para jugar fútbol en la tradicional cancha San Judas, cuando entonces era de arena.

“Un día que me había ido al escondido, estaba sentado en una banca y me grita mi amigo Arturo Arizala: ¡ya viene tu mamá! Yo me escondo debajo de esa misma silla y da la casualidad que mi mami se sentó allí. Ella decía: ‘eeehh dónde se habrá metido Léider, dónde’, mientras yo estaba muerto de la risa debajo. ¡Se paró a la media hora!”. Recordar sus inicios en el fútbol es evocar las travesuras que hacía en su niñez, cuando lo sacaban a piedra de los patios vecinos al tratar de rescatar los balones que caían allí, o cuando huía de clase (en el Liceo Nacional Max Seidel) para jugar en la playa. Era muy inquieto.

“En los recreos —cuenta entre risas Arturo Arizala, su mejor amigo— nos robábamos las papas rellenas de la señora que las vendía afuera del colegio, pues nuestras familias no tenían plata y nos daba mucha hambre. Entonces uno le coqueteaba a la mujer y el otro se escondía por debajo a sacar un par de la mesa”. Se criaron juntos y se tratan como hermanos. “Tanto que yo dormía siempre en la casa de Arturo. A veces, de tanto jugar, me cogía la noche, y como mi barrio era tan peligroso, me quedaba ahí durmiendo. Duré meses en esas”, dice Calimenio, como es conocido en Tumaco.

Los dos jugaban como delanteros y ambos, a los 13 años, viajaron a Bogotá en busca de oportunidades en el fútbol. Se presentaron en Millonarios. “Aceptaron a Arturo, pero a mí no. Entonces, a través del técnico Eduardo Oliveros, me llevaron a la selección Cundinamarca, donde me pagaron todo. Tiempo después, a los 14 años, llegué a Santa Fe. Y pensar que pude jugar con Millos, pero Dios sabe cómo hace sus cosas”, dice este tumaqueño de 35 años.

Media vida viviendo en la capital, entonces ¿se considera tumaqueño o bogotano?

Mitad y mitad. Tumaco me dio crianza hasta los 13 años, y el resto fue acá. Pero el acento no se me ha pegado, tampoco el gusto por el ajiaco ni por la changua; eso es como raro. Sin embargo, tengo sentido de pertenencia por Bogotá. Cuando hablan mal de los rolos, lo hacen de mí también. Me siento como uno.

‘Quedé en el corazón de ellos’

Hace 16 años que debutó con la camiseta de Santa Fe, en un empate 1-1 con Tuluá, cuando dirigía Pablo Centrone. Con esa camiseta marcó 113 goles y se convirtió en el segundo goleador histórico del equipo, detrás de Luis Alfonso Cañón (145). Además, este delantero, que pasó por cinco clubes de Colombia y tres del exterior, es el máximo artillero de los clásicos bogotanos, con 15 goles.

Desde que se retiró en diciembre, nació un movimiento en redes sociales para pedir que el número 23 de Santa Fe, que actualmente luce en medio de chiflidos el defensa argentino Martín Aguirre, sea retirado. Así como lo hizo el Milan con el 3 de Paolo Maldini, el Nápoles con el 10 de Diego Maradona y el Vasco da Gama con el 11 de Romario. De hecho, el hashtag #RetirenLa23 que identifica la campaña de la hinchada ha sido tendencia en Twitter.

¿Qué piensa de todo eso?

Mire nada más. Eso quiere decir que hice las cosas bien. No fui campeón y se acuerdan de mí. Lo que están pidiendo es muy grande. Esta institución es mucho para mí. Por eso quiero escalar hasta llegar al equipo profesional.

¿Le faltó superar a Luis Alfonso Cañón?

No era mi meta. Sí lo era quedar en el corazón de todos los hinchas. Y creo que lo logré.

¿Qué fue lo más bonito que vivió en Santa Fe?

Haber debutado y retirarme acá. Y pensar que mi último gol lo festejé mientras lloraba, como despidiéndome. Fue muy especial ese tanto contra Equidad el semestre pasado. Tal vez Dios ya sabía cómo estaba haciendo sus cosas.

¿Y lo más triste?

No haber sido campeón. De lograrlo, aún lo estaría festejando, me sentiría totalmente realizado. Cuando gané mi único título en mi carrera, con Deportivo Quito (2008), pensaba en cómo sería obtenerlo con Santa Fe. Ojalá llegue pronto la séptima, nos enloqueceríamos todos. Lo festejaría como un jugador más.

Tal vez llegue esa séptima estrella cuando usted sea DT...

No, no. Cuando sea técnico voy a ganar la décima. Espero que la siguiente sea pronto.

¿La ocasión en la que más lloró?

El día de la final contra Nacional (2005). No contaba con perder ese título porque teníamos muy buen equipo.

¿Extraña el fútbol?

No, yo ya estaba aburrido. No quería jugar más, estaba cansado de algunas personas. Estoy haciendo lo que quería hacer cuando me retirara: trabajar con niños.

¿Cansado de qué?

Más que todo de tanta crítica; que me molestaran con el peso, que me dijeran que estaba gordo. Quería estar con mi familia y mis hijas (de 11 y 8 años) que están creciendo. Ahora puedo ir a cine con ellas, ponerles cuidado. Con el fútbol, con tantos viajes, no lo podía hacer.

¿Por el tema del peso fue que les mostró la barriga a los hinchas de Nacional, cuando jugaba con Quindío y les anotó en unos cuadrangulares (2010)?

Claro. Les quería decir con eso que con barriguita y todo seguía marcando. Y sé que podía continuar muchos años más haciéndolo. Pero me retiré porque ya no quería más.

¿Va a ser totalmente feliz sin el fútbol?

Por supuesto. A veces uno cree que el dinero es todo en la vida, pero no. Hay gente que es rica, pero no es feliz. Yo sí lo soy y eso que ahora gano menos en las divisiones menores.

¿Cuánto menos?

No lo diré, pero soy más feliz. El fútbol me dio un hogar, hijas y un nivel económico muy bueno. Pero quería más calidad de vida.

¿No hace falta usted en el actual equipo de Santa Fe?

Ya empezamos a despegar. Le hicimos cuatro a Millos. Hay delanteros, hay plantel. Jonathan Copete ya se está cogiendo confianza. Les tengo fe.

Nueva etapa de formador

“Si no estuviera en las divisiones menores de Santa Fe, sí estaría muy triste”, dice, mientras coordina un grupo de jóvenes. Los entrena tres veces por semana en las tardes. Es extraño no verlo de cortos y pateando al arco. Lo es mucho más ver que da órdenes a todo pulmón:

“Usted está muy débil, tiene que empezar a comer más la sopita”.

“Tenés que salirte del libreto, papá. Vos sabés hacerlo”.

“Hay que triangular, mijo (…) se perdió el triángulo, ¿no? (…) Pues no será el de las Bermudas”.

“Jonathan, andás de una displicencia hoy... Cuando vos querés, podés. ¡Vamos!”.
Hace una semana ingresó al Sena para estudiar tecnología en dirección técnica. Para prepararse un poco más y responder con altura en unos años cuando sea el técnico del equipo profesional. Pero no se cambia por nadie en su nueva faceta. Es que, en parte, él sigue siendo un niño también, de esos traviesos que buscan un cómplice con una sonrisa tras hacer una broma. “Sigo siéndolo, claro. Tal vez porque soy tímido y me divierto con poco. Lo hago, por ejemplo, cuando escucho que me imitan en la Luciérnaga. Lo hacen bien, ¿no?”, dice.

Recordar el camino

“Tuve el privilegio de dirigirlo en Santa Fe, Cali y Quindío —cuenta Fernando El Pecoso Castro—. Es un excelente goleador. Sólo le faltó meter más de cabeza pero era muy efectivo. Y pensar que cuando lo pedí para el Cali me preguntó un dirigente: ‘¿Y ése si hace goles?’. A ver si con los 39 que metió le quedó claro. Lo que más recuerdo de él es que le entraban esas rachas sin marcar, se ponía a llorar con esa ternura que lo caracteriza. Le daba tan duro a veces que blanqueaba esos ojos y parecía como si se fuera a desmayar. Era enfermo por el gol”. Sí lo era. En cada recuerdo de su vida deportiva, Léider lo justifica.

¿Cuál es el mejor técnico que tuvo?

El Pecoso Castro. Es trabajador, correcto, transparente, habla con la verdad. Con él aprendí a no desesperarme cuando no anotaba.

¿Un amigo que le dejó el fútbol?

Jorge La Babilla Díaz. Nos entendíamos muy bien en la cancha y afuera también. Nos gustaba mucho el gol.

¿Los mejores asistidores?

Giovanni Hernández, Édison El Guigo Mafla, Aldo Leao Ramírez. Juegan mucho. Y aunque estuve poco con él, Néider Morantes, también. Con él jugué en el Caldas, donde sólo actué seis meses.

¿Qué siente cuando ve la repetición del gol contra Túnez, en el Mundial de Francia-98?

A veces lo veo por internet. Y me da mucha alegría todavía, porque eso fue muy importante para mi tierrita y para todo el país. Lo veo con mis hijas y ellas se emocionan porque yo estaba con cara de niño en esa época.

¿Aún recuerda cuando fue a bailar el tun-tun en la esquina del Stade de la Mosson en Montpellier?

No me acuerdo de nada. Sé que hice el gol, salí corriendo, abrí los brazos y hasta ahí. Luego me contaron que bailé y que fueron a festejar conmigo. Después en el hotel todos me felicitaron. A El Patrón Bermúdez y a La Pelusa Pérez, compañeros de habitación, les dije que iba a marcar otro contra Inglaterra. No se dio, pero todo fue muy lindo.

¿Pidió camisetas en esa copa del mundo para coleccionar?

La de Rumania, la de Inglaterra y la 6 de Túnez. Y la 21 de Colombia, claro. Yo guardo todas las camisetas en mi casa. ¡Uf! Tengo muchas.

¿Cuál es el arquero al que más le gustaba marcarle?

Al que estuviera tapando para Millonarios. Le marqué varios a Héctor Burguez.

El tipo que bailó el tun-tun por más de dos décadas al son de sus goles, se sube en su Ford Fiesta blanco y se va. Dice que va a cenar con su esposa y sus hijas. Tal vez sirvan ajiaco. No importa. El hecho es que ahora está dichoso por compartir más con ellas. “Yo no quería tanto estatus, yo quería más felicidad”.

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