jueves, 14 de abril de 2011

Queremos tanto a Léider

Por Daniel Samper Ospina

No niego que, vista en conjunto, la escena podía parecer mucho más deprimente que emocionante, y que cualquier extranjero –un catalán, por ejemplo- que hubiera sido testigo presencial de ese gol, y del exceso de llanto durante la celebración, habría sentido, cuanto menos, compasión. Pero debo confesar que uno de los momentos más emocionantes de mi trayectoria de hincha lo produjo el gol de último minuto que marcó Léider Preciado contra La Equidad en una reciente fecha de la Liga Postobón.


Qué gol tan feo, qué gol tan inocuo. Y qué gol tan emocionante. No definía nada. No tenía nada de épico, mucho menos de vistoso: fue un remate seco con el arco vacío luego de recibir un “pase de la muerte”. Y lo hizo un delantero que durante todo el partido había dilapidado fáciles oportunidades de gol, y cuya presencia en la cancha es casi antideportiva: se trata de un atleta gordo, que se mueve con trabajo, que ya parece retirado.

Y sin embargo, pocas veces he sentido tanta alegría, tanta felicidad de hincha, como cuando Léider marcó. Y, más que eso, cuando luego de la celebración se atacó a llorar con un llanto epiléptico e infantil a través del cual que liberó quién sabe cuántas frustraciones.

El Santa Fe no es un equipo al que sea fácil querer. Y menos el de este año. No quiero incurrir en los chistes obvios que producen sus contrataciones, casi todas estrellas viejas, quizás muertas, cuya luz aun nos llega por efectos visuales, pero que ya dieron de sí lo que tenían.

Gerardo Bedoya, por ejemplo: un aguerrido marcador que en su momento sólo tenía de criticable los rayitos que ordenaba hacerse en la peluquería. Ahora que esos rayos son tratamientos de “henna”, uno le ve deambular por la mitad de la cancha con las sobras del ímpetu que lo caracterizó hace una década.

Y así hay muchos más: Sergio Galván Rey y Ariel Carreño, espectros ambos de lo que alguna vez alcanzaron a ser.

Pero Léider es otra cosa. A Léider nunca lo vamos a juzgar como a los aparecidos que vengan. Su nueva presencia no obedece a las oportunidades que a veces ofrece la desgastada bolsa de jugadores del rentado colombiano, gracias a la cual los directivos compran devaluadas estrellas antiguas que de todos modos producen titulares y algo de taquilla. Es como si en esta temporada el Getafe decidiera comprar el pase de Hristo Stoichov para poder hacerse, de alguna manera, a un nombre grande.

No. La presencia de Léider no obedece a algo semejante, digo, sino a su destino. Léider quería regresar al equipo como quien vuelve a casa. Lo supo siempre. Y acá lo estábamos esperando.

Recuerdo con claridad ese gol, el desastre previo, la forma en que todos, en las gradas, pasamos del desespero al rencor, y del rencor a la compasión, y de la compasión a la ternura, cada vez que Léider desperdiciaba diáfanas ocasiones para marcar.

Por eso, en el momento en que lo hizo, sentí una emoción inédita, más parecida a la que debe recorrer a un padre cuando su hijo marca en un partido del colegio, que la que se merece un futbolista profesional. Esa fue la razón, quizás, para disfrutarlo como nunca.



Léider ha hecho 113 goles con el Santa Fe. Tiene 34 años. Y el suyo es de los pocos casos en que un futbolista hace fuerza auténtica por el equipo que lo contrató; de los pocos en que un futbolista juega más allá del negocio y siente amor de hincha por la camiseta que tiene.

Hacía tres días, Lionel Messi había marcado un gol inmortal contra el Arsenal, luego de hacer un pequeño globo frente al arquero. Si uno los pudiera calificar, ese fue un gol de 9,5. El de Léider, uno de 4,0.

Y sin embargo, me estremecí mucho más con el de Léider. Y con el teatro posterior: con la celebración temblorosa y desordenada, con la forma conmovedora en que lloró, con la manera en que besaba la camiseta varias veces. Era como si ese gol lo hubiera hecho cualquiera de la hinchada, como si a través de él quedara claro que a veces no cuenta tanto la belleza como la pasión.

Queremos mucho a Léider. Es historia viva para nosotros. Es nuestro amuleto. Si dependiera de nosotros, le pediríamos que no se retirara nunca. Queremos tanto a Léider que lo de menos es que esté gordo, lo de menos es que juegue bien o mal. ¿Quién no recuerda de aquella vez que silenció, con un gol de cabeza, el cántico miserable de los hinchas de Millos que le echaban en cara que acababan de asesinar a su hermano? Queremos tanto a Léider que no se nos ocurriría juzgarlo como a los demás. Léider está en otra categoría. A nadie se le ocurre criticar a una leyenda. Uno, a las leyendas, sólo les agradece.

Publicado originalmente en la revista Fútbol Total

No hay comentarios:

Publicar un comentario